sábado, 30 de abril de 2011

Relatoría, clase lunes 4 de abril de 2011
Carlos Pacheco. “Sobre la construcción de lo rural y lo oral en la literatura hispanoamericana”. En: Revista de crítica literaria. Año 21, #42, 2 semestre de 1995, pp. 57-71.
Vich, Víctor y Zavala, Virginia. “La tradición oral, las literaturas populares y el problema del canon”. En: Oralidad y poder. Herramientas metodológicas. Norma, 2004.pp. 73-86.
La discusión de la clase se inició con los puntos de vista propuestos por Vich y Zavala en su texto, a propósito de los rasgos de los relatos orales. Se habló en primer lugar del llamado “antagonismo social”, en donde se hacen evidentes las tensiones en las que vive el ser humano en relación con los diferentes aspectos de su vida. En segundo lugar, se resaltó la característica fragmentaria de los cuentos orales,  que se construyen en el diálogo y en la conversación y donde existe una participación del público que es igual de importante a la del narrador. En tercer lugar, se recuerda la noción de intertextualidad en donde se hace necesario ver las manifestaciones literarias orales como un tejido, una red de interconexiones, no se pueden tratar como fenómenos aislados, ya que siempre se hallan atadas al devenir histórico y cultural. También cabe recalcar que no hay en ellas un emisor, un autor determinable, todo es una mezcla, por lo que tampoco hay una fuente original de la cual salen los relatos. Esta idea se opone a la del autor romántico, porque en los cuentos orales el autor es colectivo, entonces no se le puede otorgar ese prestigio a un individuo.
Posteriormente se recuerdan las dos disquisiciones en las que se centra el autor: mitos vs logos y particularidad vs universalismo. En primer lugar, lo racional  tiene una parte mitológica, (el mito es “una historia en la imaginación colectiva”), es decir, no hay racionalidad pura y por lo tanto la división entre relato oral (mítico) y texto escrito (racional) no es funcional.  En segundo lugar no es verdad que lo universal sea tan neutro, ni tampoco que Europa sea el centro del conocimiento. Lo local tiene igual importancia en todos los procesos sociales, así que está dicotomía, como afirma el autor es falsa. En conclusión todo el texto apunta a demostrar que la esencia de una sociedad no vive en los cuentos populares y las tradiciones orales. Precisamente lo que se quiere dejar de lado son todos los esencialismos que no permiten explotar la multiplicidad de discursos narrativos que conviven en América Latina. Las identidades nunca son procesos consumados, es algo incompleto que está en un eterno proceso de constitución. Las tradiciones orales no son relatos estáticos, ni puros, entonces no se debe analizar la literatura oral con la idea que se va encontrar una esencia. Todo discurso oral cambia con el tiempo. Por último el autor cierra su texto con una pregunta clave: ¿Para qué sería útil recuperar las tradiciones populares?
En relación a esto, la clase vuelve a mencionar el trabajo de Carlos Pacheco acerca de la oralidad que demuestra la necesidad de ver esa multiplicidad recalcada por Vich en su texto.  Pacheco se centra en buscar lo oral en lo escrito; es decir, en un texto que  ya está escrito, ¿dónde está lo oral? Para ver la manifestación de lo oral en lo literario escoge cuatro ejemplos específicos y en cada uno de ellos resalta unas características específicas: Rulfo, Roa Basto, Arguedas, y Joao Guimaraes Rosa.
En la discusión sobre lo oral encontramos su relación con lo rural. La ruralidad imaginada, de la que habla Pacheco tiene siempre vínculos con la realidad y se maneja como constructo  cultural. Puede servir para proyectos estéticos, ideológicos, etc. Lo interesante es ver que lo urbano y lo rural son “cosas” mediadas por los imaginarios. También, al hablar de lo rural, se debe tener cuenta su mitificación, que es según el  punto de partida para lo literario: aquello que se vivió en la infancia se vuelve nostalgia en los cuatro autores mencionados (Arguedas, Roa Bastos, Guimaraes y Rulfo). Los autores en los que se centra Pacheco son autores escindidos, que de algún modo hacen las veces de puente entre “dos hemisferios”, en donde se encuentra un afecto por esa lengua viva que se vivió cuando se estaba pequeño, y en una lengua literaria para que eso se sienta como oral. Es el puente entre ser letrado y “ser oral”. La idea no es integrar lo oral en la academia, sino revisar los cánones señalando las fisuras. De esta forma, Pacheco concluye su texto con una visión conciliadora pero crítica,  en la cual se debe equilibrar la tradición con la innovación, en donde los ojos del literato no se cierren a las manifestaciones orales.