martes, 15 de marzo de 2011

Relatoría clase Crítica Latinoamericana, 9 de Marzo de 2011, por David Luna D.

Texto: Bueno, Raúl. (1988) “Sentido y requerimientos de una teoría de las literaturas latinoamericanas”. En, Escribir en Hispanoamérica. Ensayos sobre teoría crítica y crítica literarias. Latinoamericana editores, Lima/Pittsburgh, 1991. pp. 85-106.
En este ensayo crítico el escritor peruano Raúl Bueno presenta un balance del proyecto de construcción de una teoría de la literatura latinoamericana. Cuestionando cuáles son las razones por las que no ha funcionado dicho proyecto a pesar de haber sido formulado desde hace casi un siglo, pero apuntando hacia algunas claves que lo hacen funcionar realmente en el presente y a futuro.  
Lo primero que encontramos que cuestiona Bueno son las prácticas teóricas concretas alrededor de este proyecto, es decir, el trabajo que se debe hacer para producir un sistema teórico que considere verdaderamente los fenómenos literarios latinoamericanos y se haga cargo de las especificidades de nuestras obras, conformando un cuerpo teórico sistemático que pueda denominarse como “teoría de la literatura latinoamericana”, que aún no existe de manera consistente, pues no existe un cuerpo discursivo o institucional que sustente el marco teórico ni existe una red que permita interconectarlo entre la comunidad latinoamericana, pues se expresa sobre todo en manifestaciones dispersas.
Debido, en parte, a dos factores que han sido dominantes en algunos de los trabajos teóricos de escritores latinoamericanos del siglo XX: la tendencia “ecuménica” hacia “la universalidad teórico-literaria” y la tendencia –obtusa- a limitar el campo de estudios a la literatura erudita. Reteniendo de esta forma, en el fondo, los valores y paradigmas de una teoría que es ajena al sistema en el que están insertas las obras y las prácticas teóricas que las intervienen.  
Desconociendo las particularidades de los fenómenos literarios locales que desbordan los paradigmas del modelo hegemónico y desatendiendo la propia tradición, al ignorar tanto las obras “mayores”, como aquellas que están inmersas en lo que se ha designado dentro de los  “sistemas literarios alternos” (literatura oral, popular, tradicional, étnica, marginal, masiva, etc.).  Desalentando de esta manera la “(…) posibilidad de teorizarla –literatura latinoamericana- de modo autónomo.” (89) Sin tener en cuenta las formas en las que se contaminan e incorporan las distintas expresiones culturales que confluyen en nuestras literaturas.
Esta etapa del proyecto se ha preocupado sobre todo por el nivel de los fundamentos epistemológicos del trabajo teórico. Los autores que Bueno clasifica dentro de este grupo son: Alfonso Reyes, Martínez Bonati, Reisz de Rivarola, Silvio Romero, Fidelino de Figueiredo, Maldavsky, entre otros.
El segundo momento que revisa Bueno lo constituyen los campos crítico e histórico de la literatura latinoamericana. En esta etapa se han venido desarrollando conceptos, categorías y modelos capaces de explicar los fenómenos literarios propios, a partir, de las obras producidas a nivel local en Latinoamérica, formulando un sistema que si bien parte de una literatura específica, sirve para extrapolar el modelo hacia otras literaturas producidas en otros contextos específicos a los que se puede adaptar, dando cuenta de sus particularidades, así como de las relaciones histórico-culturales entre los pueblos de América Latina.
Estos modelos crean –o agencian- dispositivos teóricos con el fin de explicar y analizar problemas inmersos dentro de los procesos literarios y culturales en los que están actuando los textos, al mismo tiempo que son capaces de trascender con esos modelos los acontecimientos o fenómenos concretos que los originan, respondiendo a las demandas de fidelidad y rigor de una historia literaria que “supone sociedades y culturas multiformes, coexistentes y conflictivas” (95) y que son conscientes de la relación que existe entre el texto y el contexto literario y la realidad en donde se producen y se inscriben, lo cual involucra una teoría social de la literatura latinoamericana que a través de sus prácticas históricas amplía el proceso comprensivo cultural hacia el conocimiento de la realidad y la sociedad. Teniendo en cuenta tanto las “condiciones sígnicas” (su “calidad referencial”), como las condiciones y procesos de su producción o “condición representada-por significación o productividad- de los modos de realidad de América Latina.” (95) Procesos que constantemente están replanteando la función de la literatura y por lo tanto del sistema en el que están viviendo u operando.   
Entre los representantes de esta tendencia, Bueno resalta el trabajo de cuatro de los grandes: Ángel Rama, Cornejo Polar, José Carlos Mariátegui y Alejandro Losada. De Rama resalta la explicación que hace de la estructura y funcionamiento de las novelas a través del dispositivo de la transculturación, con el que explica como las temáticas y lo tradicional de la cultura latinoamericana se ha fundido con las formas externas de la literatura, en el encuentro conflictivo entre dos culturas. De la obra de Cornejo Polar, resalta el concepto de la heterogeneidad, con el que trata de explicar las condiciones que enfrenta un discurso inmerso dentro de un “doble estatuto sociocultural”, o, para decirlo en concreto, dentro de contextos y discursos plurales, que ponen en duda la concepción de unidad poniendo de manifiesto un modelo de totalidad conflictiva, en el que la literatura a pesar de sus relaciones responde a un fraccionamiento, a una atomización, que se encuentra dentro de la misma sociedad latinoamericana debido a las tensiones y fricciones que la circundan.
También resalta el trabajo que realizó Mariátegui en sus 7 ensayos... pues en este ensayo planteó un modelo del proceso evolutivo de la literatura “erudita” peruana que da cuenta de la autonomía de la literatura frente al acaecer político e ideológico, dando un modelo que puede ayudar a pensar su marco dentro de otros contextos latinoamericanos, para entender las diferencias y los puntos de contacto en el trascurso de la historia. Finalmente, resalta la historia social que desarrolló el también peruano Alejandro Losada, quien logró “arma(r) un sistema teórico de proporciones y de alcances sincrónicos y diacrónicos” (94) en los que explica cómo funcionan los sistemas literarios latinoamericanos.
El problema -dice Bueno- con estos trabajos es que ninguno por sí sólo logra conformar un cuerpo teórico orgánico, pues en general son personajes y obras aisladas que no tienen quién las intercomunique entre sí para formar un “sistema integral”, a pesar de su originalidad y brillantes.  
Para lograr este objetivo Bueno incita a explorar el ensayo, pues considera que este género proporciona un recipiente en el que se puede “acopiar, relacionar y sistematizar la información conceptual, de orden teórico y epistemológico” (98), de este proyecto de organización de una teoría latinoamericana. 
Esfuerzo que no podemos considerar aislado de la función social que impone el trabajo teórico, que no solamente está dirigida a enriquecer la crítica textual, sino al “diseño de sociedades posibles basadas en la justicia social.” (105) Siguiendo de esta manera la postura que propone Fernández Retamar cuando llamaba a consolidar este proyecto latinoamericanista, para el que es necesario un trabajo colectivo (para el que también deberíamos replantearnos cuál es la forma de educar, de transmitirlo, de formarlo, de incentivarlo).

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